Pedro Nicolas Justiz Rodriguez
La música cubana está
llena de personajes extraordinarios; gigantes de la talla de Celia Cruz, Beny Moré, Pérez Prado, Machito y Arsenio Rodríguez. Sus
contribuciones al desarrollo de la música latina fueron tan monumentales que
hasta el día de hoy son recordados y homenajeados.
Pero la edad de oro de la músicacubana —digamos, la época que abarca las décadas
de los 40 y 50— también albergó al genio creativo de un grupo de artistas que
por razones diversas no conocieron la fama a un nivel masivo. Afortunadamente,
el paso del tiempo y la prolija reedición de los discos de antaño por parte de
compañías especializadas nos da hoy la oportunidad de descubrir y revalorizar
los tesoros del pasado.
Ese es el caso de Peruchín, quizás el pianista más elegante de
toda lamúsica
cubana y uno
de los primeros en combinar la estética del jazzestadounidense con los formatos bailables de Cuba.
Maestros de la salsa como Eddie
Palmieri y Papo
Lucca, el tecladista de la Sonora
Ponceña, mencionan a Peruchín como una influencia indispensable.
Uno de los pasos más importantes para hacerle justicia al legado
de Peruchín ocurrió en 2005, cuando el sello Tumbao editó una caja de tres CDs
titulada El Marqués del Marfil, refiriéndose a Peruchín como un
“genio del tumbao y la descarga cubana”. Esta excelente colección se consigue
hoy en formato de descarga digital. También hay otros discos del pianista en el
mercado, como The Incendiary Piano of Peruchín, grabado en 1960 para
el mercado estadounidense.
Pedro
Nolasco Jústiz Rodríguez nació en Cuba en 1913. A través de su fructífera
carrera, colaboró con la Orquesta Riverside y el excepcional arreglista Chico
O’Farrill. Escribió orquestaciones para Beny Moré y Olga Guillot, grabó con el
bajista Cachao y colaboró con el cuarteto Las D’Aida. Quienes lo conocieron
hablan de un hombre sencillo y tranquilo, quizás tan sutil como su propia
música.
El mambo-chá Mamey Colorao es
una de sus composiciones más notables. Peruchín podía generar el swing bailable
de las orquestas afrocubanas más fogosas, pero la hacía a través de una
sofisticación suprema, un toque aterciopelado que recuerda a virtuosos del jazz
como Oscar Peterson. Su fraseo es natural, desprovisto de complicaciones, tan
suave como la mejor música cubana de la época de las grandes orquestas y los
fastuosos salones de baile. Quizás por eso la música de Peruchín tenga más
valor hoy que la elegancia es una virtud envidiable.
Peruchín tiene la cualidad que define a los grandes de la música
tropical: Adapta los clásicos del cancionero cubano y les imprime su sello
personal, ese viboreo de los tumbaos del piano. Entre los mejores ejemplos: el Son de la Loma y Lágrimas Negras de
Miguel Matamoros; el Bilongo que
recuperó su vigencia a través del Buena Vista Social Club; las Tres Lindas Cubanas;
y la infaltable Guantanamera.
Pero como todo buen jazzista, el repertorio de Peruchín se
adentraba en otros géneros: una deliciosa adaptación de Rhapsody in Blue de Gershwin en tres minutos de sabor
concentrado; Brasil de
Ary Barroso; tiernas versiones de Laura, Over the Rainbow y The Man I Love; y
unaCumparsita que
mezcla tango con cha cha chá.
Peruchín
murió en 1977, sin recibir los honores que se merecía. La redención llega hoy,
en la era digital: La belleza de sus grabaciones ha trascendido el paso del
tiempo.
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